El lenguaje de las nubes

Desde que el hombre dejo de caminar en cuatro patas, y diferentes culturas comenzaron a desarrollarse, gran parte de su vida la dedicó a investigar las formas y variantes de comunicarse con su dios, sea cual fuere.
Ciertas culturas creían satisfacerlo ejecutando sacrificios, en algunos casos animales, en otros hasta humanos y su dios, claro, les respondia con abundantes cosechas y prosperidad para los habitantes de la tribu.
A mediados del S. XIII, el teólogo catolico apostólico romano Felipe Valdano, tenía en mente una ridícula teoría: creía que su dios cristiano tenía una sola vía de comunicación con los seres humanos, y esa era através de las nubes, de manera tal, que cuando el día estaba despejado, dios no tenía nada para decir, pero cuando una nube aparecía era digna del mas profundo análisis; su forma, su color, su tamaño, todo ese conjunto era un mensaje a descifrar.
Cierto día, recostado en una colina a la sombra de un árbol mientras disfrutaba un cigarro, Felipe pudo divisar una nube sorprendentemente similar a una llama, podía jurar que se movía de la misma manera que lo haría una verdadera llama encendida. Necesitaba averiguar cual era el significado de dicha señal, que comunicado le enviaba su dios por medio de esa nube/mensaje. Para ello decidió apresurarse a consultar con su colega, también avocado a los mismos intereses teológicos y cuya morada se encontraba en el pueblo continuo. Sería un viaje de casi un día, a pie, pero valía la pena realizar el intento.
Tan entusiasmado corrió Felipe en busqueda de una respuesta, que olvidó su cigarro, reposando sobre un lecho de hojas secas. El error comenzó consumiendo el árbol sobre el cual se había apoyado horas atrás, siguió con el contiguo, incendió todo el bosque y para el anochecer, el pueblo entero habia sucumbido bajo las llamas que podían apreciarse desde varios kilómetros a la redonda, incluso desde el camino intermedio, donde Felipe se encontraba.
Poco tiempo pasó para que se percatara que aquel fuego, aquel desastre, todas esas muertes, habían ocurrido por negligencia propia.
Se desesperó, blasfemó, maldijo, odió a su dios por hacerlo culpable de tan torpe destino, lloró a mares, pero aquellas lágrimas no alcanzarían para apagar semejante incendio.
Con las pocas fuerzas que le quedaban, cortando partes de sus ropas, improvisó una cuerda, que utilizaría para colgarse del un árbol. Se proponía enfrentarlo cara a cara. Solo tenia una pregunta para hacerle a dios al llegar a las puertas del cielo y esa sería: ¿Por que?.
Nunca pudo lograr su objetivo. Lo último que Felipe recordó, al sentir como las venas de sus ojos reventaban y se apagaba su último aliento, fue que aquellos que se suicidan van a parar al infierno.
Y fue ahí donde Felipe condenó su alma por el resto de los días: a arder, irónicamente, en el las llamas del fuego eterno, que de a ratos, entre agonías, aún le hacen recordar tanto a esa curiosa nubecita.

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